El Pinturero, el torero paracaidista

Luis Ríos Losada «El Pinturero» es el único torero paracaidista que recuerdan los añales de la historia. Nació en el Lugo hambriento de la posguerra civil y se hizo paracaidista en la mili. Una tarde fue a los toros y al ver triunfar a la estrella del momento, Manuel Benítez «El Cordobés», que no toreaba mejor que él, decidió hacerse torero. En 1965 se acercó a la fama en la plaza de Getafe, a la que entró vestido de paracaidista ante las cámaras del Nodo y el crítico del ABC. Su consagración iba a ser en Cartagena de Indias. Caería del cielo a la arena del coso de la Serresuela y, ante el delirio del público, se enfrentaría a dos morlacos. El Pinturero saltó con tal ímpetu que se pasó la plaza y cayó sobre el mar. Se había entrenado para combatir novillos no el hambre de Poseidón. En las aguas del Caribe, el torero paracaidista se hundió por su propio peso y por el de sus botas de plomo. Un final épico para un carrera triunfal que aún no había comenzado.

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Un cabezón en la torre Eiffel

Franz Reichelt era un sastre bohemio de gran éxito en el París de la Belle Époque, pero, por encima de eso, era un cabezón de mucho cuidado. Diseñó un traje que llevaba incorporado un paracaídas con el que pretendía ganar los 10.000 francos de premio del concurso del Aero-Club de Francia a quien diseñara un paracaídas ligero y seguro. Probó su invento en muchas ocasiones, con distintos maniquíes y con los mismos resultados: fracaso del intento y muñeco destrozado. Para Reichelt, las conclusiones estaban claras: el traje funcionaba a la perfección, si los experimentos no daban el resultado adecuado era por causa de la incompetencia de los maniquíes, la bajeza de las plataformas de lanzamiento o la falta de previsión de los gobernantes. Así, el 4 de febrero de 1913, a las 7 de la mañana, se subió a la plataforma de la Torre Eiffel para demostrar al mundo que era un inventor de genio, al Aero-Club de Francia que le debía 10.000 francos y a sus amigos que el que tenía razón, ¡copón!, era él y sólo él. 57 metros le separaban del suelo y de la gloria. Las cámaras cinematográficas de Pathè estaban allí para que no se escapara el mínimo detalle.

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Presentamos el CD Ubú Rey. Radioteatro

El próximo martes 14, a las 7 de la tarde, en el Teatro del Barrio (Zurita, 20. Lavaréis), presentamos la versión en radio teatro de Ubú Rey, la obra inmortal de Alfred Jarry de la que el Gabinete de curiosidades del Doctor Plusvalías, en colaboración con Pepitas, acabamos de lanzar una cuidada edición limitada, de 193 ejemplares, en doble CD con una preciosa serigrafía de Eulogia Merle y un libreto con textos de Julio Monteverde y Carlos Plusvalías.

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Annie Edson Taylor, la reina de la niebla

El día que cumplía 63 años, la maestra Annie Edson Taylor se lanzó en un barril construido por ella misma por las cataratas del Niagara. Era 1901 y ella era la primera persona que hizo semejante insensatez y podía contarlo. Buscaba la gloria y los ingresos que hicieran más llevadera sus senectud, pero su representante se escapó con el dinero y el barril y ella murió en la indigencia.

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San Guinefort, el santo lebrel

En el siglo XII, el galgo Guinefort fue asesinado por su dueño justo después de que salvara la vida de su hija. El arrepentimiento del señor de Villars-les-Dombes provocó el culto al perro santo que se extendió pese a ser prohibido por las autoridades religiosas.

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El memorable fracaso de Ernest Shackleton. Capítulo 3/3

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Llegamos al tercer y último capítulo de la emocionante odisea de los viajeros del Endourance. En agosto de 1914, 28 exploradores partieron del puerto de Plymouth con intención de ser los primeros humanos en atravesar por tierra la Antártida pasando por el Polo Sur. Ernest Shackleton había elegido personalmente a los aventureros tras convocarlos con un enigmático anuncio.

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