El madrileño Ruy González de Clavijo, camarero del rey de Castilla Enrique III el doliente, encabezó una expedición a Samarcanda para proponer a Tamerlan una alianza contra los turcos. El viaje duró tres años y consiguieron llegar a Samarcanda y entrevistarse con el príncipe mongol, pero Tamerlan se fue a la conquista de China y no respondió a los castellanos. Clavijo documentó el viaje en su libro Embajada a Tamorlán.
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Hubo tiempos, muchos tiempos, en los que los sitios lejanos pillaban mucho más a desmano. Tiempos en los que los viajes tendían a ser sólo de ida, pues la vida se iba en ellos. El que hoy nos ocupa, tuvo ida y tuvo vuelta. Una vuelta, encima, fracasada, porque el madrileño Ruy González de Clavijo se pegó tres años de fatigoso viaje para llegar a la legendaria Samarkanda, firmar una alianza con Tamerlán y hacer la tenaza a los turcos que amenazaban Europa. Algo hizo mal porque volvió sin su pacto.

A Enrique III de Castilla le llamaban el doliente, pero no le dolieron prendas para mandar dos súbditos a oriente para que se enteraran de si de verdad había que preocuparse por la fuerza del amenazante emperador turco Bayaceto, que se había cargado una cruzada entera él solito. Pavo Gómez de Sotomayor y Hernán Sánchez de Palazuelos se llegaron hasta Ankara, y allí vieron sorprendidos como Tamerlán, el emperador asiático que era un poco cojo, le dio una paliza de muerte a los turcos de Bayaceto. Los castellanos se encontraron con Tamorlan, pero no le llamaron así, que significaba tullido, por si se molestaba, y se refirieron a él como Tamurbec, el señor de hierro, que era más de su gusto. Tamorlán les dio unas doncellas cristianas orientales que acababa de liberar para que quitaran al rey sus dolores, y un embajador, Muhammad Al-Kazi, que se llevaron para Castilla.

Enrique III quiso sellar una alianza con Tamerlán para hacer la pinza a los turcos y aliviar sus dolores. Le dolían los oídos al escuchar a quienes le dijeran que no veían muy cristiano al tullido emperador asiático. Como Al-Kazi tenía que volver a Samarcanda, en mayo de 1403, Enrique III de Trastámara, con todo el dolor de su corazón, ordenó al madrileño Ruy González de Clavijo que le acompañara y le dio poderes para que firmara la deseada alianza entre monarcas tullidos.



Pocos daban un duro por él, pero Ruy González de Clavijo, el camarero real, recorrió todo el mundo conocido y mucho más aún del desconocido y llegó hasta Samarcanda. Pasó unos calores terribles, pero en la capital de Tamorlán disfrutó de todas las mercancías de la China, de la India y de Tartalia y le invitaron a muchas fiestas. Consiguió entrevistarse con el emperador, pero éste estaba más preocupado por irse a conquistar China que por aliviar los dolores del rey de Castilla. Tamerlán se fue a guerrear por China y sus súbditos le explicaron a Clavijo que los forasteron son como el pescado, que dos días dan gusto, pero al tercero dan asco. Así que Clavijo volvió a Castilla y la climatología le compensó con el frío de la vuelta todo el calor que había pasado a la ida.
