Daja-Tarto, el faquir de Cuenca

La historia de Daja-Tarto es una de las más bizarras de la bohemia española del Siglo XX. Una historia llena de cristales tragados, crucifixiones y cemento exhalado por los poros. Deja-Tarto, el príncipe de Kapurtala que nació en Cuenca y fue una estrella del Circo Price.

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Si un bailador flamenco puede brotar en Nagoya y uno de Bilbao puede nacer en cualquier sitio, Gonzalo Mena Tortajada, conquense de la cosecha de 1904, no encontraba inconveniente a que un faquir de Kapurtala, como él mismo, viera las primeras luces en Cuenca. Gonzalo había nacido torero, Arenillas de Cuenca, aunque todos se empeñaban en no verle luces ni en la cabeza ni en el traje. Su padre, que había sacado plaza de guardia en Madrid cuando Gonzalito cumplió su primera década, se llevó el trabajo a casa y lo ingresó en un correccional. El chaval, que siempre fue más de hacer su santa voluntad que de obedecer o reformarse, se fugó del reformatorio y empezó a buscarse la vida y la gloria. Arenillas de Cuenca triunfó apoteósicamente en los cosos de primera de su magín y hacía cola impenitente en cualquier plaza de cuarta en espera de su inapelable oportunidad de abrirse paso a empellones en el arte de Cúchares. Un día en el coso de Talavera, alargó tanto la espera que perdió de una sola vez el tren de vuelta a Madrid y el trabajo en el Hotel Ritz, en el que cargaba las maletas de las estrellas que eclipsaba en sus sueños. ¡Qué bobada! ¿Quién recordaría a Charlot, a Maura o al Conde de Romanones cuando escuchara las hazañas de Arenillas de Cuenca?

No contento con ser el mejor faquir de Cuenca, Daja-Tarto fue el único.

Preocupado como estaba con la tauromaquia de sus sueños, Gonzalo Mena Tortajada carecía de una idea preestablecida sobre el eterno dilema de si un faquir nace o se hace. Quizás llegara el día en que se encontrara en esa encrucijada y ya entonces decidiría. No nos engañemos. No es que Gonzalo prefiriera ser hombre de acción antes que de pensamiento. Él, ante todo, era hombre realista. No era responsabilidad suya, sino de la naturaleza. Quid natura non dat, Salmantica non præstat. Llegado el momento, poniendo valor donde otros conocimiento, Gonzalo Mena Tortajada tomó partida por la segunda opción: el faquir no nace, se hace, y para demostrarlo, que él, como San Mateo, nunca se fió solo de las palabras, se hizo faquir en la mili. En el cuartel de Barbastro, lo único libre era el tiempo, y las bombillas, cristales y cemento de su nueva dieta eran más apetecibles que las cucarachas que guarnecían el rancho.

En una hábil pirueta, Tortajada volteó su apellido y debutó en el Circo Price como el gran faquir Daja-Tarto. Vestido de marajá, ataviado con ropas de seda y tocado por un turbante multicolor, dijo ser un príncipe de Kapurtala, de donde era reina la bella bailarina malagueña Anita Delgado, y mitigó su hambre con cuchillas de afeitar, cigarrillos, cerillas encendidas, clavos de hierro y yeso. Después vino el cemento que hizo más pesadas sus digestiones y más asombrosas sus deyecciones, tanto que el faquir de Cuenca, en un tiempo en el que los ejecutivos televisivos no mandaban tanto, decidió guardárselas para la intimidad de su familia.

La riqueza de su dieta y otros números abracadabrantes forjaron el nacimiento de una estrella de las variedades místicas. Daja-Tarto ascendió descalzo por escaleras de sables; tumbado sobre cristales rotos, soportó sobre su cuerpo pedruscos de 80 kilos; se crucificó en Coimbra 408 horas, tiempo en el que a nuestro Señor Jesucristo le habría dado tiempo a resucitar cinco veces, pero él, como no murió, no se vio en ese brete; se desprendió la retina metiéndose un estilete por la nariz, y se comió la copa en El Pardo después de brindar con el Caudillo, no fuera a ser que alguien intentara volver a beber de ese cáliz sagrado. Como el santonismo en Cuenca tiene un carácter muy familiar, Daja-Tarto compartió el escenario con su esposa la Faquira Paterneri, Dionisia Gallardo de civil, y con sus hijas, las Tizona Sisters, que practicaban el mentalismo domando perros y gatos. Espléndido por naturaleza, compartió sus ganancias con el Casino de Estoril, y lo que se salvaba de sus hecatombes de ruleta lo repartía en generosas propinas a los empleados y a quien pasara por allí.

No tuvo en su vida Gonzalo Mena Tortajada otra guía que su santa voluntad y el ansia por demostrar que una vida de éxito es más fácil de alcanzar y más plena cuando conservas el cerebro intacto o con poco uso. La variedad de su dieta le permitió cumplir 84 años, y, a parte de faquir, hizo papeles de secundario en cine y televisión, conferenció sobre espiritismo y escribió sus fabulosas memorias La insólita vida del fakir Daja-Tarto contada por él mismo. Su última voluntad fue ser enterrado envuelto en papel de lija en un ataúd forrado de cristales rotos.

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