Mary Fields nació esclava en Tennessee sobre 1832. Medía más de 1,80 y pesaba 90 kilos. Llevaba siempre un puro en la boca, un rifle en la mano y un revolver y una botella de Whisky debajo del delantal. Pasó muchos años como jardinera en un convento pese a su afición al whisky, las maldiciones y las peleas. En 1895 se convirtió en la primera cartera negra. Durante los ocho años que ocupó en su cargo, ningún día faltaron las cartas en Cascade (Montana).
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Cuando Mary Fields entró en el servicio postal de Estados Unidos, no buscaba romper techos ni ser pionera en nada. Ella sólo quería un curro. Convertirse en la primera cartera negra fue algo circunstancial. Había cumplido ya sesenta años y aún tenía que doblar el lomo para vivir. Ya no era esclava como cuando nació, pero tampoco había notado mucho la diferencia. Cuando le dieron aquella libertad que ella nunca buscó conseguir, siguió trabajando en la misma casa, el sueldo era tan raquítico que no daba para emanciparse. El ama paso a ser señorita y después reverenda madre. Mary siguió sus pasos y en el convento fue jardinera antes que monja. Tan antes que no le dio tiempo a ordenarse. Tampoco lo pretendió, a ella se le daba mejor cuidar de la gente que de sus almas. Alguien tenía que darles de comer por si, Dios nos libre, fallaba la santa providencia.

Algunos pensaron que la cercanía del convento haría milagros con Mary Fields. ¡Qué equivocados estaban! Mary era buena, pero tenía sus cosillas. Con tanto fervor como el que mostraban los pajarillos del campo por el alpiste, la buena Mary se pirraba por el whisky. Nada, ni siquiera su rifle, le gustaba más. También gozaba del trabajo duro, de las peleas y de escupir y jurar sin importarle lo sagrado del terreno que pisara. Republicana en el voto y despreocupada de esa chorrada de los derechos de los negros, Mary tenía un arraigado concepto democrático en las peleas. Nunca distinguió entre ricos y pobres, blancos y negros o mujeres y hombres. Ella pegaba primero y con todas sus fuerzas, que quien da primero da dos veces y eso, como el valor doble de los goles en campo contrario, hay que aprovecharlo.
En el ánimo del obispo, pesaron más sus censurables modales que la grandeza de su corazón, la bondad de sus acciones y los años de trabajo abnegado. Hay incluso quien sostiene que al obispo no le gustaban los negros ni, mucho menos, las negras, pero eso es mejor no decirlo, que, por si acaso, conviene estar a bien con los apoderados de Dios. Fuera como fuere, Mary Fields salió del convento de ursulinas con una mano delante y otra detrás. No sabemos en cuál, pero en una llevaba su inseparable winchester. Con él trabajó de lavandera y de niñera en Cascade (Montana), antes de que, con la inestimable ayuda de su antigua ama y madre superiora, Sor Amadeus, abriera un restaurante en el que se comía fetén y barato. Las raciones eran tan generosas como la encargada, que a nadie negó comida y whisky por cosas tan tontas como no tener dinero. Algo no entendieron los proveedores del original know-how del restaurante de Mary. Se empeñaron en cobrar. Tensaron la cuerda. Tanto que, al final, en apenas ocho meses, se quebró como el establecimiento. Mal de muchos consuelo de tontos. Fue un desastre, pero así lo manda el sentido común. Mary quedó en el paro, los comensales quedaron de hambre y los proveedores no cobraron. Menos mal que el sistema económico es infalible.

Sin restaurante y sin trabajo, como un tornillo sin tuerca, Mary Fields estaba de más en Cascade (Montana). Era 1895, el año que el antiguo cartero se había despedido. Era un trabajo duro y peligroso, y ni siquiera estaba bien pagado. Nadie, excepto Mary, pensó para sustituirle en una mujer negra de sesenta años. Nadie esperaba buenos modales de un cartero del oeste, sino que estuviera dispuesto a batirse el cobre por defender su correspondencia. Mary se reinventó en Stagecoach Mary. Parece mucho, pero tampoco crean que el cambio fue notable. Iba al frente de un equipo de seis caballos y una mula, Moses. Con un rifle en la mano, repartió el correo durante ocho años. Nunca faltó una carta en Cascade, tampoco un paquete, y eso que los elementos tenían tendencia a conjurarse en temporales. Stagecoach Mary no estaba sola. Bajo su uniforme, llevaba un revólver y una botella de whisky.
Nunca se vio mas gente en Cascade que el día de 1914 que enterraron a Mary Fields.