La estación Libertad de las hermanas Touza

Las hermanas Touza regentaban la cantina de la estación de tren de Ribadavia en Ourense y, desde ahí, una de las principales redes de huida de judíos durante el holocausto. Entre 1941 y 1945, Lola, Amparo y Julia Touza y sus colaboradores ayudaron a huir a unos 500 judíos de las cámaras de gas. Todos los participantes en la red se llevaron su secreto a la tumba.

Escucha el podcast o ve a descargar

«No dejes que tu mano izquierda sepa lo que hace la derecha», escribe San Mateo en su evangelio y las tres hermanas Touza y quienes participaban de su red de evasión de judíos en Ribadavia (Ourense), bien que se lo apuntaron. Acabó la II guerra mundial, los nazis perdieron los resortes que les permitían exterminar «razas subhumanas» y la Estación Libertad volvió a ser la pequeña y olvidada estación de ferrocarril de provincias que nunca había dejado de ser. Ni Lola, ni Amparo, ni Julia Touza; ni los barqueros Francisco y Ramón Estévez; ni los taxistas José Rocha Freijedo y Javier Mínguez Fernández, El Calavera; ni el tonelero intérprete Ricardo Pérez Parada, el Evangelista, ni quien quiera que fuera el resto de los participantes, sintieron la necesidad de vanagloriarse de lo que hicieron. Eran gallegos. ¿Qué iban a sacar con contarlo? ¿Reconocimiento o meterse en problemas? Lo que habían hecho no era meritorio, era pura supervivencia de especie: ayudaban a seres humanos a continuar siendo eso, seres humanos. «Quien salva una vida salva al universo entero», dice el talmud. Ni las Touza ni sus compinches lo habían leído, si no, ¿quién sabe si no les hubiera venido grande bien salvar 500 universos enteros? Pero lo que pasaba por la estación de Ribadavia no eran universos, eran personas y personas jodidas.

De izquierda a derecha: Julia, Lola y Amparo Touza.

Cerca de Lola Touza, a la que habían robado una foto para animar a los soldados franquistas, nadie podía pasar hambre. La madre, así la llamaban, era cantinera y no discriminaba más que entre hambrientos y saciados. Lo mismo daba comida a los soldados golpistas que a los presos republicanos. Por eso la metieron en la cárcel. Así, cuando vio perdido en la estación a Abraham Bendayem, un alemán que hablaba raro, con el que no era posible entenderse, primero le dio de comer y luego le ayudó a que cruzara el Miño y, desde Portugal, llegara a América. Bendayem fue el primero. Llegó a Nueva York en 1943 y, pese a quien pese, siguió siendo ser humano. Luego pasaron muchos más.

Lola Touza en la estación de Ribadavia

Años después, Reitzman conoció a Amancio Vázquez, un emigrante gallego que volvía a la tierra por vacaciones. Le rogó que preguntara por las hermanas Touza. Amancio, cumplidor, preguntó a Antón Patiño, un librero de Monforte, que consiguió contactar con Amparo y Julia. Lola había muerto en 1966. Patiño escribió la historia, pero para no comprometer a nadie, la guardó para que no apareciera hasta que todos estuvieran muertos. En 2005, sesenta años después de que la Estación Libertad volviera a ser solo una estación de provincias, el libro conoció la luz y el mundo la historia.

La estación de Ribadavia en los años 20

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s