Durante la I Guerra Mundial, a comienzos de 1918, la especulación ponía los productos básicos fuera del alcance de amplios sectores de la población de Barcelona. Un grupo de mujeres inició una huelga femenina que paralizó la ciudad durante varias semanas.
La I guerra mundial convirtió a la neutral España en paraíso de los especuladores. Los precios de los productos básicos escalaron los montes más altos, y los esqueléticos sueldos de las clases populares no llegaban casi ni para imaginarlos. Los beligerantes estaban dispuestos a pagar a precio de oro hasta la bagatela más chunga. La Junta de subsistencias miraba para otro lado y la ley de la oferta y la demanda había caído en la enfermedad mental del extraperlo. A los buenos tenderos les importaba un pito si sus vecinos pasaban hambre y frío como contrapartida al aumento de sus beneficios. Al fin y al cabo, hay muchos. La ciudad tendrá más espacio si mueren algunos. ¿Por qué habría de vender el carbón al precio oficial si hay quien está dispuesto a pagarlo mucho más caro? Nuestro Señor Jesucristo nos dice que amemos al prójimo, pero no hay mejor prójimo que uno mismo.

El 10 de enero de 1918 la situación estalló en el barrio chino de Barcelona. Amalia Alegre colgó un cartel que llamaba a las mujeres a manifestarse hasta el Gobierno civil para protestar por la falta de víveres al precio tasado. Pese a que la mayor parte no sabía leer, 500 mujeres respondieron a la convocatoria. El gobernador Auñón se comprometió a que las subsistencias llegaran al precio tasado, pero debía soplar la tramontana y se llevó sus palabras.
Por la tarde, las mujeres se manifestaron con sus hijos pequeños y al día siguiente empezaron a cerrar los locales y a apedrear las tiendas de los especuladores. Hubo hombres que quisieron sumarse al movimiento, pero las mujeres no les admitieron. –Si queréis un movimiento, montad el vuestro. Esto solo lo arreglamos entre mujeres.

El movimiento creció y la huelga paralizó Barcelona. El 14 de enero había 14.000 mujeres en la manifestación. Un movimiento sin líderes, dirigido por el arrojo de las más comprometidas. Las subsistencias debían volver al precio anterior a la guerra, los alquileres tenían que bajar un 20% y los 6000 despedidos del transporte tenían que ser readmitidos. O eso, o Barcelona seguiría parada por más que la guardia civil tomara las calles.
A final de enero, el gobierno civil prohibió la exportación de los artículos de primera necesidad y la ocultación especulativa. También dictó el precio de los alimentos. Ni huelguistas ni especuladores quedaron contentos, pero, ante la realidad represiva, la huelga se desconvocó. Para entonces, el movimiento ya había prendido en Ferrol, Málaga y Alicante.
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