El poeta Fernando Villegas Estrada era, según Emilio Carrere, una supercaricatura. En lo moral la paradoja disparatada. Como médico podía decirse que era un poeta y como poeta resultaba un médico. A sus enfermos les recitaba versos pintorescos que componía, y como poeta, se dedicaba a loar las misteriosas secreciones de la glándula pineal.
Ir a descargarLección de anatomía
¿Te acuerdas tú de aquella lección de anatomía?
Fue una tarde de otoño que hicimos disección.
En la mesa de mármol del anfiteatro había
el cadáver de una mujer sin corazón.
El celestial Autor por rara anomalía
había suprimido del texto una lección:
y sorprendí en tu asombro un gesto de ironía.
–Los poetas, a veces, también tienen razón–.
Y era el cadáver de una belleza tan divina
en el viejo anfiteatro, bajo el baño del sol,
que yo olvidé mis viejos libros de Medicina
y guardé mis escalpelos y me bebí el alcohol.
¿Te acuerdas tú de aquella lección de anatomía?
Fue una tarde de otoño que hicimos disección.

Para descanso de la población, no se conserva un retrato del poeta Fernando Villegas, el más subterráneo de nuestros poetas modernistas. No permitía fotografías. Dice César González Ruano, que hizo el disparatado prólogo de su único libro, Café Romántico y otros poemas, que menos mal. «Tenía cara de muñeco de cera, de maníaco guillotinado, de hombre rana espachurrado y trágico». El propio Villegas se reconocía feo. «El perfil brusco, la nariz de Cyrano. Llevo siempre un vestido oscuro, azul o gris, y quiero dar a todos la gracia de mi mano, con una aristocracia de Francisco de Asís».
Le recordamos por algunos de sus poemas y porque, siendo médico rural en Carbonero el Mayor, dejó morir a los afectados por la gripe española.
– Mire usted, yo profeso ideas Malthusianas. En este mundo somos demasiados, y pandemias como éstas son una gran oportunidad para diezmar a la población. Quizás algunos pacientes salgan perdiendo, pero la humanidad entera, y ustedes conmigo, sale ganando.
Evitaba a los pacientes de la casa de socorro de la Plaza Mayor escondido en el Café Varela. Cuando un paciente insistió mucho, Villegas le dijo: «No puedo ponerle la inyección que le haría falta porque yo, más que médico, soy poeta lírico y he vendido el botiquín para comprarme aguardiente».

Villegas se apuntó a cualquiera de las chaladuras que salían del magín de Mario Roso de Luna, redujo su dieta al esoterismo, la tertulia y el café con leche. «Es difícil morir de hambre. El organismo posee reservas increíbles».
Marqueríe dice que se encontró con su feo esqueleto rompiendo papeles en pequeños trozos. «Son los originales de mis versos. Los destruyo poco a poco para que nadie pueda aprovecharse de ellos cuando muera… Hay que tener mucho cuidado con la posteridad.»
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