El bueno de Maurice Tillet era un guapo aspirante a abogado. En su adolescencia, sin que tuviera relación, una mula le arreó una coz en la cara y cayó enfermo de acromegalia. Con la glándula del crecimiento descontrolada, Tillet se hizo tan feo que quedó inhabilitado para defender a nadie. Explotó su fealdad en el cine y ahuyentó niños en la puerta de los estudios. La fama le llegó con el campeonato del mundo de catch que ganó con el alias de «El ángel francés».
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Aunque no tenemos certeza de que no fuera el único, o quizás por eso, dicen que Picio, el feo legendario, era uno de los zapateros más guapos de Alhendín, en Granada. Un día le dieron un disgusto tremendo y le condenaron a muerte. El cuerpo de Picio, ofendido por tamaño agravio, reaccionó de la forma que menos convenía a sus intereses. Sumergido en una quimioterapia psicológica, el zapatero granadino perdió el pelo, las cejas y las pestañas. Su rostro se atiborró de tumores y algunos de sus vecinos comenzaron a cantar el futuro éxito de los Sirex Que se mueran los feos.
Condenado eternamente a la fealdad, para evitar una doble condena que sería dos veces más injusta que la simple, las autoridades indultaron al buen Picio. «Para qué vamos a hacer trabajar al verdugo, si su fealdad ya se encarga de su muerte social». Eso sí, recomendaron al zapatero que atendiera a sus clientes tapado con una caperuza para no desatar alarma social.

Maurice Tillet era francés aunque nació en los Montes Urales y sus papeles le documentaban como natural de San Petersburgo. No contento con eso, era un chaval guapo, bien parecido y, aunque un poco bajito, ligaba con las chicas en cinco idiomas. Con decirles que sabía hasta el búlgaro.

Pero poco dura la alegría en casa del pobre y, tras la muerte del padre que era tan pequeño de estatura como el pequeño Maurice de edad, la familia nadaba más en la estrechez que en el agua fría de la capital rusa. Cuando estalló la revolución soviética, Maurice y su madre, que también era su prifesora, se marcharon a Francia. A Tillet no le golpeó la locura revolucionaria, ni la insania de la contrarrevolución, al fin y al cabo, él no era un soviet. A él, como bienvenida a Reims, lo golpeó el casco de una mula en toda la geta y, lo que es peor, una acromegalia de grandes dimensiones. Su cabeza empezó a crecer descontrolada, los huesos siguieron su ejemplo y la intención del bello Maurice Tillet de convertirse en abogado se tornó más imposible que meter todo el agua del mar en un agujerito de la playa. Un abogado con una belleza tan diferente era un salvoconducto para el cadalso.
El deporte y el espectáculo se convirtió en la válvula de escape del animoso y atlético Maurice. Formó parte del 15 del gallo en 1926, cuando los franceses aún sabían jugar al rugby, y, unos años después, se convirtió en campeón de Catch y, desde américa, en una estrella mundial.
Se murió el mismo día que su esposa Olga en Chicago, pero un día, alguien en los Estudios Dreamworks se acordó de su careto para crear al ogro Shrek. Era más verde que al natural, y quizás por eso, y por el poder de Hollywood, pocos no conocen a su alter ego.
