El hombre más libre del mundo

El Caballero de París, un hombre libre.

José María López lledín, el Caballero de París, fue el vagabundo más célebre de la historia de La Habana. Durante 50 años vivió en sus calles. Ahora una estatua recuerda su figura.

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José María López Lledín, el Caballero de París

«Mientras no poseí más que mi catre y mis libros, fui feliz. Ahora poseo nueve gallinas y un gallo, y mi alma está perturbada.»

Así inicia Rafael Barrett su cuento Gallinas, publicado en El Nacional de Asunción (Paraguay) el 5 de julio de 1910. Gallinas es uno de los relatos más bellos y profundos de la historia de la literatura. En apenas cuatro párrafos, el protagonista nos narra, en un relato perfecto, el descenso de un hombre a propietario. «Estoy envenenado por la desconfianza y por el odio. El espíritu del mal se ha apoderado de mí. Antes era un hombre. Ahora soy un propietario…»

José María López Lledín no necesitó gallinas, ni siquiera conocer el magnífico cuento del cántabro Barrett, para compender la esclavitud de la propiedad. Cuando el 12 de julio de 1985, el vagabundo más famoso de La Habana falleció en Mazorra, en un hospital psiquiátrico, sus propiedades se reducían a una cucharilla de postre, una moneda venezolana de 25 centavos, recortes de periódicos sobre el tenor Enrico Caruso, la tarjeta de un masajista a domicilio, estampas de santos, varias fotos y los mandamientos de la ley de Dios. Su psiquiatra, Luis Calzadilla Fierro, heredó sus posesiones, también la más preciada, la historia de su vida, la historia del Caballero de París y la llevó al común en el libro Yo soy el Caballero de París, dedicado «a la memoria del loco más cuerdo que yo haya conocido jamás. De su psiquiatra y fiel mosquetero».

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El Caballero de París en sus calles de La Habana

El Caballero de París nació en la prisión del Castillo del Príncipe en La Habana. Allí había entrado en 1920 José María López Lledín, un migrante gallego nacido en Vilaseca, en Fonsagrada (Lugo) en 1899. Todos los hermanos se fueron a Cuba, en casa no había más que una leira de la que sacaban vino y aguardiente. José María llegó a los 14 años. Era un tipo listo. Estudió en el Centro Gallego y hasta aprendió inglés. Trabajó en los mejores hoteles y hasta en un despacho de abogados. Llevaba el camino “de triunfar”, de dejar de ser hombre y hacerse propietario, pero una falsa acusación le salvó la vida. Nadie recuerda de qué acusaron a José María López Lledín, ¿qué sentido tiene recordar una falsedad? Le encerraron 6 años y la decepción ante la impostura de la justicia nubló, según los más, su entendimiento, pero quizá lo hizo más sabio. En el Castillo del Príncipe se declaró Papa, rey y caballero. «Yo soy el rey del mundo, porque el mundo está siempre a mis pies. No me mire los mocasines sucios: Mire la acera, mire la tierra, mire el pavimento, todo está debajo de mi». En las calles se proclamó el Caballero de París. Nunca más tuvo casa, empleo, dinero, ni esas cosas que tienen las gentes que dicen que son normales para no preocuparse por ser libres. Durante 50 años fue el vagabundo más célebre de la ciudad, el hombre más libre, el menos preocupado, el Don Quijote que eligió de Dulcinea a La Habana. Vestido con capa negra, con barba y un largo cabello negro que se conserva en el museo municipal de Boyeros, cargado siempre con los papeles que escribía y de los que pronto se deshacía, comprendió la necesidad de abandonar los vínculos mundanos y, sobre todo, la razón para abrazar la libertad.

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El Caballero de París sigue libre en la Plaza de San Francisco

Una estatua de bronce de José Villa Soberón recuerda su figura ausente en la plaza de San Francisco, en La Habana Vieja. Una canción de Barbarito Díaz nos hace que siga vivo.

Una estampa callejera
de la ciudad habanera
un tipo muy popular.
Parece un filibustero
legendario, un galeote
con la barba de un Quijote
y capa de mosquetero.

Mira quién viene por ahí:
el Caballero de París.
El Caballero siempre dice así:
que sin azúcar no hay país.

«Yo soy un Dios con capa, espada y pantalón de muselina, pero soy un Dios. Cuando rezo, me rezo a mí mismo para pedirme perdón de algo que yo no he cometido.»

En el Gabinete de Curiosidades del Doctor Plusvalías, nunca podremos agradecer lo suficiente a Cristina Mirinda que nos presentara al hombre más libre del mundo. A nosotros, que también adoramos a Caruso.

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