La Sinfonía de las sirenas de Baku.
El músico y teórico Arseny Avraamov convirtió toda la ciudad de Baku en una orquesta sinfónica para cantar el cuarto cumpleaños de la revolución soviética.

Al contrario que el resto de los mortales, Arseny Avraamov, hombre, músico y teórico que había reflexionado mucho sobre ello, consideraba que Johann Sebastian Bach no era el padre de la música, si no, por el contrario, el principal asesino de ella. El maestro de Eisenach era, efectivamente, «el padre original de la armonía», lo había dicho Beethoven, y ni el díscolo Avraamov tenía bemoles para enfrentarse al dueño del retrato que ilustra la palabra genio en cualquier diccionario que se precie. Pero en el pecado está la penitencia, y al tiempo en que Bach sentaba con maestría las bases de la armonía de la música europea –incluso alguien diría de la música humana–, el autor de El clave bien temperado mataba, con destreza y autoridad, la posibilidad de la existencia para todas las armonías diferentes a la que Bach convirtió en única e irreemplazable.
Al contrario que el resto de los mortales, Arseny Avraamov, hombre, músico y teórico que había reflexionado mucho sobre ello, consideraba que Johann Sebastian Bach no era el padre de la música, si no, por el contrario, el principal asesino de ella. El maestro de Eisenach era, efectivamente, “el padre original de la armonía”, lo había dicho Beethoven, y ni el díscolo Avraamov tenía bemoles para enfrentarse al dueño del retrato que ilustra la palabra genio en cualquier diccionario que se precie. Pero en el pecado está la penitencia, y al tiempo en que Bach sentaba con maestría las bases de la armonía de la música europea –incluso alguien diría de la música humana–, el autor de El clave bien temperado mataba, con destreza y autoridad, la posibilidad de la existencia para todas las armonías diferentes a la que Bach convirtió en única e irreemplazable.
Arseny Avraamov era un músico extraño. A diferencia de los demás, no quería ser Bach. Ni siquiera el anti-Bach. Avraamov exploraba los mundos sonoros. Investigaba y divulgaba nuevas armonías. La sociedad nueva que llevaban en sus corazones quienes transformaron los diez días que estremecieron al mundo, necesitaba un sonido insólito que le representara. Una música que renunciara a los sones que habían derretido el oído burgués mientras aculturizaban al proletariado. Ya en los años previos a la revolución bolchevique, Avraamov había trabajado en la música ultracromática, esa que empleaba a su gusto los sonidos que habían sido excluidos de la escala por el organista de Leipzig: los cuartos, octavos, dieciseisavos y cualesquieras otras divisiones del tono. Avraamov se había adelantado al mexicano Julián Carrillo y al checo Alois Hába a la hora de utilizar las notas que, según decía Charles Ives, están en los espacios que hay entre las teclas del piano. Si el instrumento rey, el que había nacido del pérfido triunfo de Bach contra las armonías alternativas, el piano, no servía para interpretar los sonidos de la revolución musical que impulsaba la soviética, no quedaba alternativa a la destrucción de los pianos como miembros de la reacción. Así, con el debido respeto, un buen día Arseny Avraamov solicitó al secretario del pueblo para la educación, su tocayo Anatoli Lunacharski, el hombre que juzgó y condenó a Dios por crímenes contra la humanidad, que destruyera todos los pianos de la Unión Soviética. Lunacharski, ocupado como estaba en fusilar a Dios y en impulsar la cultura novedosa y del futuro que, a falta de pan y cosas ricas de comer, precisaba la joven sociedad soviética, no atendió la petición de su homónimo Avraamov, aunque si le encargó la música para la celebración del V aniversario de la revolución de octubre de 1917.
En Baku, la capital de Azerbaiyán, el 7 de noviembre de 1922, Avraamov, con la Sinfonía de las Sirenas, puso en música las ideas del filósofo y poeta anarquista Aleksei Gástev e hizo que la ciudad completa se transformara en un auditorio, que el pueblo entero, cantando y desfilando con sus industrias y sus fuerzas armadas, lograra “la utilización máxima del espacio público al servicio del arte”.
Arseny Avraamov era un músico extraño. A diferencia de los demás, no quería ser Bach. Ni siquiera el anti-Bach. Avraamov exploraba los mundos sonoros. Investigaba y divulgaba nuevas armonías. La sociedad nueva que llevaban en sus corazones quienes transformaron los diez días que estremecieron al mundo, necesitaba un sonido insólito que le representara. Una música que renunciara a los sones que habían derretido el oído burgués mientras aculturizaban al proletariado. Ya en los años previos a la revolución bolchevique, Avraamov había trabajado en la música ultracromática, esa que empleaba a su gusto los sonidos que habían sido excluidos de la escala por el organista de Leipzig: los cuartos, octavos, dieciseisavos y cualesquieras otras divisiones del tono. Avraamov se había adelantado al mexicano Julián Carrillo y al checo Alois Hába a la hora de utilizar las notas que, según decía Charles Ives, están en los espacios que hay entre las teclas del piano. Si el instrumento rey, el que había nacido del pérfido triunfo de Bach contra las armonías alternativas, el piano, no servía para interpretar los sonidos de la revolución musical que impulsaba la soviética, no quedaba alternativa a la destrucción de los pianos como miembros de la reacción. Así, con el debido respeto, un buen día Arseny Avraamov solicitó al secretario del pueblo para la educación, su tocayo Anatoli Lunacharski, el hombre que juzgó y condenó a Dios por crímenes contra la humanidad, que destruyera todos los pianos de la Unión Soviética. Lunacharski, ocupado como estaba en fusilar a Dios y en impulsar la cultura novedosa y del futuro que, a falta de pan y cosas ricas de comer, precisaba la joven sociedad soviética, no atendió la petición de su homónimo Avraamov, aunque si le encargó la música para la celebración del V aniversario de la revolución de octubre de 1917.

En Baku, la capital de Azerbaiyán, el 7 de noviembre de 1922, Avraamov, con la Sinfonía de las Sirenas, puso en música las ideas del filósofo y poeta anarquista Aleksei Gástev e hizo que la ciudad completa se transformara en un auditorio, que el pueblo entero, cantando y desfilando con sus industrias y sus fuerzas armadas, lograra «la utilización máxima del espacio público al servicio del arte».
No contento con la Sinfonía de las Sirenas, Arseny Avraamov, de la mano con Serguéi Dianin y Yevgueni Sholpo, inventó la música electrónica. Ellos eran la Sociedad Leonardo DaVinci. Eran los años veinte del siglo del mismo número. Desarrollando los mismos inventos cuarenta años más tarde, unos músicos occidentales dijeron que habían creado la música electrónica. Era tan cierto como que habían inventado las sopas de ajo.